Los habitantes del antiguo Perú nos han legado un vasto patrimonio que nos permite acercarnos a las creencias y a la manera en la que las sociedades antiguas concibieron su entorno. A pesar de su indiscutible belleza, las piezas que vemos reunidas en las colecciones de un museo como el MALI no fueron concebidas como “obras de arte”. Tampoco habrían servido como representaciones de sus costumbres ni como elementos puramente decorativos. En la mayoría de casos, estos objetos fueron imaginados como símbolos de poder y como elementos propiciatorios en rituales de vida y muerte. Salvo contadas excepciones, la gran mayoría de estos artefactos formaban parte de los entierros de individuos importantes y fueron colocados dentro de las tumbas, ya sea como ofrendas dedicadas a los dioses o como objetos personales utilizados por el difunto en vida, que eran requeridos para asegurar su tránsito hacia el más allá. El objetivo habría sido el de dotar al difunto de poderes que le permitieran ocupar su lugar en un mundo paralelo, aquel poblado por los ancestros. Por ello, algunas piezas tales como los vestidos ceremoniales y la parafernalia ritual, fueron usados por el difunto en vida; mientras que otras, como las mascaras, los tejidos y gran parte de los ceramios, fueron producidos por sus súbditos a manera de ofrendas funerarias. Vemos que muchas de las imágenes que decoran las vasijas de cerámica, los textiles, los accesorios elaborados en metales preciosos,  o las escenas representadas en pinturas murales nos remiten a seres híbridos de rasgos sobrenaturales, a ceremonias religiosas y a narraciones míticas, representadas en distintas versiones variadas durante de miles de años. Es difícil y a veces imposible, desentrañar  el complejo sentido de estos símbolos, pero estas las obras que se presentan aquí nos abren una ventana al universo de creencias, valores y costumbres que se presentó hace quinientos años frente a los incrédulos ojos de los conquistadores españoles.

Tiempo y espacio del arte en los Andes

Precerámico / Arcaico (1000-1800 a.C.)

Durante el extensa etapa que abarca el proceso de domesticación y la transición que conlleva a la vida sedentaria en los Andes, las manifestaciones artísticas de este periodo se manifiestan principalmente en las imágenes de barro que decoran los primeros templos monumentales, los mates burilados, las figurinas de barro, así como en los primeros tejidos con diseños incipientes, como aquellos registrados en el sitio de Huaca Prieta, en la costa norte del Perú. Estos logros preceden al surgimiento de la cerámica, que recién se introduciría hacia el 1800 a.C. (Periodo Inicial), y solo se llegaría a difundir ampliamente durante el periodo Formativo.

Horizonte Temprano / Formativo (1200-200 a.C.)

En el arte del periodo Formativo predominan una serie de imágenes de animales y seres divinizados con colmillos, que aparecen principalmente en la cerámica y en los adornos de metal. Se trató de un sistema iconográfico complejo relacionado a un influyente movimiento religioso e ideológico controlado por las élites Cupisnique y Chavín. Estas dos tradiciones contemporáneas, una asentada en la costa norte y la otra en la sierra de Huaraz, habrían estado vinculadas por una misma práctica ideológica. El felino, la serpiente, las aves rapiña, y los lagartos o caimanes que dominan el arte de la época, se representan  ya sea de forma naturalista o estilizada. En la cerámica, la  decoración se realizó mediante la técnica del modelado y la incisión de diseños. La forma más común de cerámica fina es la botella con un asa en forma de estribo, tipología que se mantuvo vigente en la región por miles de años.

En la región sur, el periodo Formativo estuvo representado principalmente por la cultura Paracas, que se desarrolló en la costa entre los valles de Pisco e Ica. Dos estilos claramente diferenciados se asocian a Paracas. El estilo Paracas Cavernas, nombrado por Julio C. Tello sobre la base de los contextos funerarios tempranos, se distingue por la excepcional decoración de sus ceramios, cuyos llamativos colores fueron obtenidos con resinas minerales aplicadas post-cocción. Posiblemente de una etapa posterior, el estilo Paracas Necrópolis se distingue por sus tejidos ceremoniales, los más finos de la época, elaborados en telas llanas bordadas en vivos colores. En ellas se aprecian seres híbridos de aspecto sobrenatural, los que parecen haber conformado un sistema iconográfico regulado que sentará las bases del posterior imaginario Nasca.

Intermedio Temprano / Desarrollos Regionales (200 a.C.-600 d.C.)

Tras el ocaso de Cupisnique, aparecen en el norte una serie de desarrollos previos a la cristalización de la cultura Mochica. Estilos como Salinar y Virú, que preceden y luego conviven parcialmente con el desarrollo Mochica, surgen marcando un corte abrupto con las tradiciones anteriores. La tradición Virú, también conocida como Gallinazo, se caracteriza por introducir la técnica del negativo en la alfarería, principalmente en vasijas de doble cuerpo.

Con el fenómeno Mochica surgen entidades estatales que se instalan en los valles costeros del norte y se encuentran vinculadas a un complejo repertorio iconográfico, a la arquitectura y a los entierros funerarios de élite. El arte Mochica –cuyas principales manifestaciones fueron la pintura mural, la cerámica y del trabajo en metal-,  testimonia  la compleja estructura ritual y mitológica creada con el propósito de dignificar a sus dioses y legitimizar el poder de los  gobernantes. La pintura de línea fina plasmada sobre la superficie de la cerámica, estilo que adquiere relevancia en las fases tardías, contribuyó a plasmar con mayor detalle las escenas narrativas mitológicas.

En la sierra, la ruptura con la tradición del Formativo se evidencia con el florecimiento de las tradiciones Cajamarca, en la región del mismo nombre, así como del estilo Recuay, en el Callejón de Huaylas. Este último se caracteriza por el empleo de una arcilla blanca llamada kaolin para la elaboración de cerámica, principalmente escultórica. En el restringido repertorio de imágenes, predomina tanto la representación de sacerdotes que participan en rituales propiciatorios, como la presencia de un felino sobrenatural, identificado por los arqueólogos como “animal lunar” o “dragón encrestado”. Las distintas versiones en las que aparece representado han sido objeto de innumerables estudios iconográficos dedicados a rastrear su posible origen en el arte Moche o Recuay. El kaolín también es usado en la cerámica Cajamarca, aunque esta asume formas particulares como platos trípodes y cuencos, algunos de los cuales se encuentran decorados con motivos geométricos y lineales.

En el sur, la principal tradición artística de la época está vinculada al desarrollo de la cultura Nasca, que surge como una transición desde Paracas. La cerámica presenta formas características como las botellas con doble pico y asa puente, los vasos y las grandes urnas ceremoniales, decoradas con colores vivos sobre fondos cremas. Los principales motivos representados son personajes humanos y seres híbridos con apéndices, cuyo aspecto parece haber respondido a convenciones estéticas dirigidas por las élites. Tanto en la cerámica como en los tejidos aparecen animales como la orca, el colibrí y las representaciones fitomorfas, y la presencia de estos motivos en los geoglifos de Palpa y Nasca, sugiere una posible vinculación entre ambas tradiciones. La influencia Nasca llega a su mayor esplendor hacia el siglo IV d.C. con la principal ocupación en su capital Cahuachi.

Horizonte Medio / Huari (600-900 d.C.)

Hacia el fin del estado Mochica, surgen una serie de estilos híbridos que se forman a partir de la fusión del estilo Mochica con desarrollos foráneos como Huari, procedente de Ayacucho, Nievería de la Costa Central y Lambayeque de la costa norte. Este momento de transición domina la región hasta el 900 d.C., momento en el cual la cultura Lambayeque -también conocida como  Sicán- adquiere mayor preponderancia. En su arte destaca el fino y elaborado trabajo en metal, así como el característico “Huaco Rey”, botella elaborada en serie que representa el rostro del personaje legendario Naylamp, identificado como un ser divino con ojos alados, orejas puntiagudas y que suele llevar orejeras colgantes. Se trata de una época donde se llevan a cabo una serie de transformaciones estilísticas y tecnológicas, que traen consigo un mayor control de las élites sobre la producción de objetos de culto. La elaboración de este tipo de piezas adquiere mayor dinamismo al centralizarse en talleres estatales.

En el sur, en la región de Ayacucho, el Horizonte Medio se define por el surgimiento del fenómeno Huari, estado que llegó a detentar un control político y religioso en gran parte del territorio central andino. Su cerámica polícroma y finos tejidos muestran un imaginario religioso complejo que legitimaba su poder, y que estaba compuesto por personajes humanos y seres híbridos dotados de una marcada geometrización. La influencia Huari abarca un amplio territorio que va desde la sierra y se extiende por toda la costa. Descubrimientos recientes, señalan la presencia de élites Huari en lugares costeños, como es el caso del valle de Huarmey, en la región de Ancash.

Intermedio Tardío / Estados Regionales (900-1400 d.C.)

Con el fin de la hegemonía Huari, surgen nuevamente una serie de tradiciones de carácter independiente y con rasgos particulares. En el norte imperará el reino Chimú, que se desarrolla sobre la base Mochica, y cuya influencia alcanza la región del norte de Lima.
Durante el apogeo de la sociedad Chimú, la producción de objetos ceremoniales –principalmente cerámica en moldes y  ricos ajuares funerarios en tejido, madera y metal– debió estar a cargo de talleres especializados que  funcionaron en Chan Chan, la ciudad capital ubicada en el valle de Moche.

Si bien las sociedades tardías de la costa sur no llegaron al nivel de desarrollo alcanzado por los Chimú, existen evidencias arqueológicas que dan cuenta de la gran calidad de su producción artística. La vistosa cerámica Ica-Chincha, por ejemplo, está representada principalmente por cuencos de fina factura, decorados con motivos geométricos que se inspiran  en tramas de tejidos.

En esta misma época, en el valle de Chancay, aparece una tradición aislada pero de gran fuerza artística, que destacó en la elaboración de cerámica y finos tejidos. La buena conservación de estos artefactos ha permitido tener acceso a una buena parte de ellos, que ahora son parte de las colecciones de los principales museos de arte prehispánico.

Horizonte Tardío / Inca (1400-1532 d.C.)

Con el advenimiento de la sociedad inca, surge un estilo artístico claramente definido y de formas restringidas. Se trata del llamado estilo Inca imperial, dirigido desde la capital de Tawantinsuyo, que está representado principalmente por keros de madera y aríbalos pintados con motivos geométricos, así como formas de plantas y animales. Se le reconoce también en las finas camisas ceremoniales decoradas con el característico motivo del tocapu, así como en las figurillas de metal que representan seres humanos y camélidos, realizadas probablemente para acompañar a los entierros de jóvenes sacrificadas en un ritual conocido como Cápac Hucha.

La secuencia estilística de la costa norte culmina con la conquista de los incas, la que da lugar a una serie de estilos híbridos que testimonian los mecanismos utilizados por este imperio para integrar y controlar a grupos regionales fuera de Cuzco. Las nuevas formas difieren del estilo Cuzco-Inca o Inca Imperial, caracterizado principalmente por el aríbalo con ingredientes locales y por motivos geométricos pintados sobre la cerámica.

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